Lunes, Marzo 5, 2012 | Por Julio Cesar Álvarez
LA HABANA, Cuba, marzo, www.cubanet.org -Las leyes de Mora no son leyes 
relacionadas con las deudas, sino tres leyes que, aunque no las sancionó 
ningún parlamento, entraron en vigor en la Prisión Especial de Camagüey 
(Kilo 8) por loa años noventa, al inicio del Periodo Especial, para más 
desgracia de los condenados.
Estas leyes tomaron el nombre del mismo hombre que las decretó: el 
capitán Mora, entonces jefe de aquella tenebrosa prisión.
Aunque los nombres no dejaban entrever lo diabólico de su esencia (ley 
del silencio, ley del sueño, ley de los tres pagan), su puesta en 
práctica suponía el toque de queda para una población que no tenía más 
espacio para moverse que los escasos metros cuadrados de sus celdas.
Los encargados de hacerlas cumplir eran los bandos de élite de la 
guarnición de la prisión. Por un lado, estaba el grupo de los hermanos 
Pimentel; por el otro, el grupo autodenominado los Chicos Malos.
Como instrumentos para aplicar las leyes, tenían cabillas forradas con 
tela, palos gruesos de marabú, manoplas de metal y botas con casquillos 
de acero en las puntas. Pero el instrumento más curioso, y el más usado, 
eran las manos del negro Fidel, un fornido militar con garras de gorila, 
que desmayaba a sus víctimas de una sola bofetada. Sus compañeros decían 
que Fidel era Héroe del Trabajo de la República de Cuba.
La primera ley que decretó Mora fue la del silencio. Era simple, no daba 
lugar a interpretaciones y rezaba así: "cuando los reclusos oigan el 
silbato del jefe de la guardia, tienen que guardar un silencio riguroso".
Por lo general, ese silbato sonaba en los cambios de guardia, en las 
inspecciones y en los recuentos. Pero los guardias lo empezaron a usar 
como un medio para su propia diversión. Los que se aventuraban a 
entablar conversación, y eran sorprendidos, recibían una paliza, o eran 
"acariciados" por las manos del negro Fidel. El no haber oído el silbato 
no exoneraba al recluso del cumplimiento de la ley.
La segunda ley fue la del sueño, y rezaba así: "después del toque de 
silencio no puede haber ningún recluso levantado, por ningún motivo". 
Esta ley fue particularmente cruel, pues no se podía  ir al baño a esas 
horas de la noche. Para burlar la disposición, los reclusos levantaban a 
uno de sus compañeros de celda para que estuviera atento al sonido de 
los pasos de los guardias, y así poder hacer las necesidades.
Pero con el tiempo los guardias cambiaron de táctica y se quitaban las 
botas para no hacer ruido. Más de un confiado reo fue sorprendido, y 
tanto el infractor como el vigilante, eran "pasados por las armas", que 
así se le decía a quienes eran golpeados.
La tercera ley (los tres pagan) tenía su razón de ser en la cantidad de 
reclusos que cabían en una celda, que eran tres. Rezaba así: "en una 
celda donde haya tres reclusos y dos de ellos se fajen, pagan los tres. 
Los que se fajaron, por alterar el orden, el otro, por dejar que se 
fajaran".
Por suerte, esas "leyes" aberrantes duraron hasta que el capitán Mora 
asesinó a su esposa de un tiro en la cabeza, en su propia oficina del 
penal, y frente a su hijo. Un tribunal militar lo sentenció a 17 años de 
cárcel, casi el mínimo de la sanción para un delito tan abominable. Al 
final, sólo cumplió 7 años en una prisión de mínima severidad y rodeado 
de comodidades.
Ninguno de sus esbirros ha sido sancionado por las golpizas que 
propinaron, durante años, a reclusos indefensos. El negro Fidel, el de 
las manos de gorila, ya poseía la medalla de Servicio Distinguido cuando 
se dedicaba a desmayar a sus víctimas con aquellas pavorosas garras.
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