Huellas imborrables
Jueves, 13 de Junio de 2013 14:23
Escrito por Yasmin Conyedo Riverón
Cuba actualidad, Santa Clara, Villa Clara, (PD) Aquella imagen 
escalofriante dejaba estupefacto a todo el que entraba a la Prisión 
Alambradas de Manacas, en el año 1992, cuando el hambre hacía estragos 
entre la población penal.
Varias veces al mes un laboratorio móvil hacía presencia en horas 
tempranas de la mañana. Transportaba a un grupo de especialistas para la 
extracción de sangre. La fila interminable de reclusos aglutinaba, 
jóvenes, adultos y ancianos, todos dispuestos a donar mil gramos de 
sangre a cambio de dos panecillos con jamón y queso y un refresco 
embotellado. Constituía un verdadero manjar.
El aspecto físico de muchos de aquellos presos era realmente 
desgarrador. En muchos casos, la enfermera encargada del examen primario 
de salud, se veía obligada a prescindir de los reos, aún bajo la 
protesta de estos, quienes no querían perder la oportunidad de 
alimentarse por un día.
Mientras esto sucedía, varios oficiales de la dirección del penal, entre 
risas y gestos desagradables, se burlaban de lo acontecido.
A los reclusos que por alguna razón eran enviados a celdas de castigo, 
se les suspendía una de las dos míseras raciones que les correspondía. 
Le suministraban solo una ración a las tres de la tarde.
Uno de los casos que impresionó a los prisioneros fue el del joven 
llamado Manuel Pérez Font, quien al salir del castigo, mientras 
permanecía de pie para el recuento físico, cayó desplomado al suelo. 
Murió víctima de un infarto provocado por la desnutrición.
.
Por otro lado, existía un cuarto tenebroso, con una dimensión de cuatro 
por cuatro metros, el cual fue habilitado para la práctica de torturas 
físicas. En sus paredes colgaban varios instrumentos a tal fin, 
conformados por un palo de granadillo, un cable eléctrico torcido con 
una tuerca en su punta y un machete.
Al prisionero que por alguna razón era llevado a dicho local, los 
guardias le daban a escoger el instrumento de tortura. Siempre eran 
esposados con las manos detrás. Muchos terminaban orinados y defecados 
en los pantalones, con heridas sangrantes. Eran trasladados a la 
enfermería del penal en un vagón de la construcción. Un enfermo mental a 
quien apodaban "El Enano de Camajuaní", fue por varios años el 
camillero. Mientras empujaba el vagón, los guardias lo obligaban gritar 
como una sirena de ambulancia.
Las visitas familiares eran para unos cada cuatro meses y para otros 
cada seis. A los apaleados, si no le habían cicatrizado las heridas 
cuando le correspondía la visita, les informaban a sus familiares que le 
había sido suspendida por indisciplina.
Sucesos como estos de brutalidad carcelaria ocurrían a diario. Son 
huellas imborrables para todo aquel que sufrió en carne propia el terror 
de las Alambradas de Manacas.
Para Cuba actualidad: primaveradigital2011@gmail.com
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