El presidio, 50 años después
PEDRO CORZO
El 23 de marzo se cumplen 50 años del cierre del Reclusorio Nacional de
Isla de Pinos. Cinco décadas no han logrado borrar de la memoria las
experiencias de los sobrevivientes de más de 15,000 prisioneros
políticos que entre 1959 y 1967 poblaron circulares, edificios,
pabellones, celdas de castigo y campos de trabajo forzado.
El próximo 26 retendremos el presidio. Quizás sea nuestro último gran
encuentro bajo la simbólica carpa de las Circulares, en consecuencia
Ramiro Gómez Barrueco está preparando una antología de Presidio,
testimonios y anécdotas, experiencias inolvidables.
Durante esos años la mayoría de los reclusos sufrieron severas palizas.
La alimentación nunca superó los niveles de sobrevivencia, condiciones
de vida precarias y jornadas de trabajo que se extendían por doce y
catorce horas, según estuviera el odio como instrumento de lucha en las
mentes de los esbirros al servicio de la tiranía.
Memoria, que no significa odios ni venganzas, sino una clara conciencia
de que el sadismo criminal de los victimarios de oficio no debe quedar
impune. Ningún gobernante o torturador de vocación debe saciarse sobre
ciudadanos indefensos.
El reclusorio nacional fue clausurado porque la dictadura fracasó en sus
propósitos de lograr por medio del trabajo esclavo, y la violencia
entronizada en el Plan de Trabajo Camilo Cienfuegos, la rehabilitación
política de los millares de hombres que tenía en esa prisión.
El régimen cerró el Presidio porque se percató que la represión, en vez
de lograr sus objetivos de "reeducar" a los presos, los reafirmaba en
sus convicciones y en cierta medida los alentaba a pasar de la
resistencia pasiva ante golpes, bayonetazos y asesinatos, a una
resistencia activa que podía escaparse del control de la guarnición.
No se pretende sugerir que el régimen actuó por miedo, no, simplemente,
como generadores de violencia, tenían conciencia que el terror tiene que
ser controlado para lograr los objetivos deseados.
También se hace esta evocación porque los prisioneros políticos están
orgullosos de haber estado encarcelados por una de las causas más justas
en la historia de la nación. Acontecimiento que por intensidad y
extensión tiene caracteres distintos a otras gestas realizadas por el
pueblo cubano sin que esto implique que el haber estado encerrados
otorga derechos y privilegios, lo contrario, la prisión es fuente de
mayores deberes para los que transitaron por ella.
El presidio fue y es expresión genuina del carácter nacional. Plural en
pensamiento político, amplio en creencias religiosas, mosaico de razas y
reflejo del espectro social.
El presidio fue contradictorio y coherente. Los orígenes y compromisos
políticos de los que lo integraron confrontaban o coincidían con los que
se estrenaban en esos avatares.
En aquella cárcel poesía y epopeya se confundían y todavía hoy, a pesar
de casi seis décadas de totalitarismo, hombres y mujeres continúan
escribiendo en las paredes de nuevas y viejas prisiones.
En presidio la muerte estaba al acecho, era una eterna, fiel y asexual
compañera lo mismo cuando dinamitaron las circulares, en el Plan de
Trabajo, o la reclusión solitaria.
La muerte o la invalidez atacaban sin piedad ni aviso. La bayoneta, el
disparo alevoso o la enfermedad no tratada, dejó a muchos entre las
rejas. El suicidio fue para algunos la razón en aquella locura
interminable. La demencia apagó inteligencias y sesgó espíritus. La
batalla fue dura, aun así continúa.
Impresos en la memoria están esbirros como Campeón y Brazo de Oro.
Pensar en ellos y sus iguales reedita requisas, hambre desesperada,
desnudez contestataria, la abyecta mojonera, trabajo esclavo, dinamita,
mutilación y muerte.
Aquello permanece con nosotros y dentro de nosotros.
Presente la ternura perdida. La juventud que se fue a galope. Las
arrugas y las canas, la vejez que al trote se apoderaba de todos.
De las playas y fiestas que no conocimos. De las novias y esposas que
fueron fieles hasta el final, pero también de las que vencidas por el
dolor y el largo andar, tomaron otro rumbo.
Cuántas pasiones mordimos con las piernas y los dientes. Cuántos no
tuvieron hijos, porque al cumplir con su deber se marchitó su cuerpo.
Todo eso, junto a los muertos, locos y lisiados, integran el inmenso
tributo que los presos políticos, hombres y mujeres, han rendido a Cuba.
Muchos están cansados. Se encuentran en las fronteras de la frustración
y decepción, pero como dijo Manuel Villanueva, hay que subir la montaña
y encontrarnos en la cima.
Es un deber vencer ese agotamiento como se hizo individual y
colectivamente en Presidio. Los compromisos no se cancelan en la derrota
sino en la victoria y los deberes nunca deben ser desechados como trapos
viejos, menos si los criminales no han pagado su deuda.
Periodista de Radio Martí.
Source: El presidio, 50 años después | El Nuevo Herald -
http://www.elnuevoherald.com/opinion-es/opin-col-blogs/opinion-sobre-cuba/article138777253.html
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