Tras las rejas
Lunes, Junio 11, 2012 | Por Lucas Garve
LA HABANA, Cuba, junio, www.cubanet.org -Ser encerrado en un calabozo
infecto, nunca es una experiencia agradable, por muy ileso que se salga
del mal rato. Mucho menos cuando el único delito cometido es enseñar
ortografía y redacción a menos de diez personas. Pero la experiencia ya
es habitual para los miembros de la Red Cubana de Comunicadores en La
Habana.
El pasado 6 de junio, una fuerza de choque de la Seguridad del Estado,
compuesta por una veintena de policías, impidió nuevamente que la sesión
de clases de los miembros de la Red se realizara.
Un joven oficial interceptó al grupo que componíamos Yazmani Nicles
Abad, Yadira Rodríguez Bombino, Miladis Carnel González y yo, en la
esquina de las calles Luís Estévez y Cortina, a unos metros del
apartamento de Marta Beatriz Roque Cabello, que es también la sede de
los Comunicadores.
Nos ordenaron regresar por donde habíamos venido y nos dijero que , en
caso contrario, iríamos detenidos. Luego de una corta discusión entre
Marta Beatriz y el oficial al mando de los policías, nos llevaron
detenidos en dos carros patrulleros.
Arnaldo Ramos Lauzurique y Osvaldo Acosta fueron introducidos en sendos
autos patrullas y sacados del lugar. A Yazmani Nicles Abad y a mí nos
condujeron a la Estación de policía de la Lisa, a más de treinta
kilómetros del lugar. A Yadira la llevaron para la Estación de policía
del Cerro, en Infanta y Manglar. Mientras, Miladis fue llevada a la
estación de Aguilera, en Lawton.
Una vez dentro de la estación, a Yazmani y mí nos pasaron a la sección
de control de los calabozos. Allí nos registraron y nos quitaron las
pertenencias. Después, nos metieron en celdas separadas, ambas
impregnadas de una atmósfera fétida.
En el pasillo había unos ocho calabozos, en uno estaban encerradas dos
mujeres negras muy jóvenes. En los otros, había entre catorce y
dieciséis hombres, la mayoría igualmente jóvenes.
Durante la requisa escuchamos varias veces la voz ronca de un detenido
que gritaba consignas contra el gobierno. Era Vladimir Alejo Miranda.
Fue apresado en medio de un operativo, como si fuera un criminal muy
peligroso. Su delito era querer asistir a una reunión en casa de otro
opositor. Hablábamos a través de la rejas, sin vernos los rostros,
solamente lo vi cuando me sacaron de la celda. Me pidió que llamara a un
número de teléfono para que informara a un familiar.
En la celda donde estuve había un joven mestizo de 22 años. Su manera de
hablar y su aspecto reflejaban cansancio. Me dijo que había perdido la
cuenta de los días que llevaba encerrado. Lo detuvieron por causa de un
paquete de varillas de soldar que compró en una tienda. Me dijo que un
tío, de oficio soldador, lo mandó a comprarle las varillas y, de
regreso, lo detuvo la policía porque no tenía el recibo de venta. "Pero
si aquí en ninguna tienda te dan recibo, solamente cuando compras algo
con garantía", le dije.
En la última celda del pasillo, un joven blanco estaba detenido por algo
parecido. Había comprado 60 botellas de ron en diferentes tiendas donde
las venden sin estar racionadas. Me explicó que lo iniciarían como
sacerdote de Ifá, o babalawo, y la bebida era para la semana de rituales
y ceremonias de iniciación. Tampoco tenía recibo y por eso lo cogieron
preso en la calle.
Dayron, de 17 años, estaba detenido en la celda contigua porque un
anciano lo acusó de querer asaltarle en plena calle. El muchacho
argumentaba que era inocente, pero que el jefe de sector de la policía
lo había detenido porque le tiene ojeriza. Me dijo que trabajaba como
vendedor de churros.
Allí esperaban todos, detrás de las rejas, hasta que la policía
investigara sus casos. La detención puede durar varios días, sin que los
detenidos vean a un abogado, ni sean llevados ante un juez para ser
instruídos de cargos.
Para reclamar algo en la Estación de policía, el detenido debe llamar al
"político", o hablar con el jefe de la unidad, y esperar su decisión.
Simplemente los detenidos son encerrados a la espera de que sean
llevados delante de un tribunal, o que los policías decidan liberarlos.
Sin derecho a reclamaciones.
Después de seis o siete horas, a Yazmani y a mí nos sacaron de nuestras
respectivas celdas, nos condujeron a la salita del control y nos
devolvieron nuestras pertenencias.
Un oficial de la Seguridad el Estado, nombrado Brian, nos devolvió
nuestros carnés de identificación y nos dijo que podíamos irnos. Ni una
palabra más, ni una explicación.
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