Friday, September 23, 2011 | Por René Gómez Manzano
LA HABANA, Cuba, septiembre, www.cubanet.org – Cuando en 1959 los 
revolucionarios llegaron al poder en Cuba, iniciaron un feroz ajuste de 
cuentas contra los personeros del régimen derrocado. El fatídico paredón 
de fusilamiento irrumpió de manera destacada en la vida nacional. Se 
dijo que era menester evitar los excesos de 1933, a la caída de Machado, 
cuando hubo linchamientos mientras muchos culpables eludieron todo castigo.
La gran mayoría de los cubanos, ilusionada con el nuevo régimen, estuvo 
de acuerdo. Los hechos demostraron que, en el gobierno, primaron no las 
ansias de justicia, sino el deliberado propósito de instaurar el terror. 
Desde el mismo 1959 quedó claro que cualquier oposición a Castro 
entrañaba el riesgo cierto de penas severísimas, incluyendo la muerte.
Los comunistas consideraron que las catorce prisiones que existían en 
tiempos de Batista eran demasiado pocas para formar el "hombre nuevo" 
entusiasta y obediente, adecuado a la nueva sociedad que debía surgir 
como resultado de la ingeniería social basada en las teorías enunciadas 
decenios antes por Marx, Engels y Lenin.
No pasó mucho tiempo antes que esas catorce cárceles se multiplicaran 
hasta alcanzar los centenares que existen hoy. Organizaciones 
independientes calculan que por esos centros ha pasado el diez por 
ciento de la población adulta del país, lo cual explica la involución de 
la vida social que ha sufrido Cuba.
El lugar que correspondía a los esbirros tradicionales de la época 
batistiana pasó a ser ocupado por los nuevos corchetes adoctrinados en 
el marxismo-leninismo e inspirados en el ejemplo de organismos 
tenebrosos: la Cheka creada por el fundador de la secta y sus legítimas 
herederas, la OGPU y la NKVD de la era estalinista y la Stassi de 
Alemania Oriental.
Para mantener al pueblo a raya, sumiso, también estos agentes de nuevo 
tipo denigran, golpean o ejecutan, aunque esto último, como regla, no de 
manera extrajudicial, sino tras una especie de juicio, celebrado antes 
en los tristemente célebres tribunales revolucionarios, y ahora en una 
sala de la seguridad del Estado, que es algo parecidísimo.
Por supuesto, no han faltado matanzas colectivas, como las del Río 
Canímar y el remolcador 13 de Marzo, con muertos por docenas. Los 
desdichados que perecieron en las naves hundidas tuvieron la desgracia 
de emplear el medio de transporte utilizado generalmente por los cubanos 
para huir del "paraíso socialista".
En los últimos años, cuando la pena de muerte, que permanece en los 
códigos cubanos, está sujeta en la práctica a una moratoria, habría que 
señalar el retorno a ejecuciones extrajudiciales quizás no deliberadas, 
pero sí innegables, como la de Juan Wilfredo Soto García el pasado 8 de 
mayo en Villa Clara, como resultado de una tunda policial.
También se ha recurrido a una institución añeja, aunque creada no por 
Batista, sino por Machado. Las porras del "mocho de Camajuaní", 
encargadas de apalear y aterrorizar a quienes se oponían a su gobierno, 
evitando así que la policía tuviese que dar la cara, han resucitado 
ahora, aunque bajo la denominación de brigadas de respuesta rápida. Un 
nombre nuevo para unas funciones viejísimas.
La propaganda comunista insiste en hacer grandes distingos entre las 
políticas represivas de los tiempos de Batista y las actuales, pero yo 
sólo veo algunas diferencias en las formas, no en el fondo. Confieso que 
añoro los tiempos del presidente Prío, cuando, de niño, oía a los 
mayores explayarse en un tranvía o una emisora hablando mal del gobierno 
sin que nadie los reprimiera por ello.
Mientras en Cuba no renazcan la democracia y la tolerancia, no veremos 
un cambio real en la actuación de las fuerzas policiales. Si en Rebelión 
en la granja George Orwell pintaba a un cerdo Napoleón que se parecía 
cada vez más a los antiguos amos humanos, así también los órganos 
represivos del actual régimen totalitario presentan, en lo esencial, una 
sospechosa semejanza con los de las execradas dictaduras del pasado.
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