Visitando en la cárcel a Julio Ferrer Tamayo
BORIS GONZÁLEZ ARENAS | La Habana | 19 de Enero de 2017 - 10:01 CET.
La miseria cubana resalta cuando hace frío. En un país de poco invierno 
no resulta económico gastar dinero en abrigos y estos pasan de mano en 
mano por décadas. Me llamó la atención el pasado sábado 15 de enero la 
pobreza manifiesta entre las personas que esperábamos la ruta A-5 en su 
primera parada frente al Parque de la Fraternidad.
Hacía frío y los abrigos gastados señalaban la pobreza del grupo. No era 
solo por los abrigos que llamaba la atención la humildad allí 
concentrada, sino porque muchos íbamos de visita a la prisión 1.580 y si 
en el mundo las prisiones son sitios para encerrar básicamente a la 
gente pobre, los reunidos en el lugar evidenciaban que Cuba no es la 
excepción.
La prisión 1.580 fue la escogida por el régimen cubano para encerrar de 
manera ilegal al abogado Julio Ferrer Tamayo falseando documentos y por 
medio de presiones paramilitares. Lo ha reconocido, en una llamada 
telefónica a su hija Karla Ferrer, el general de brigada Marcos 
Hernández Alcalá, jefe de la Dirección Nacional de Prisiones. Lo han 
reconocido las autoridades de la 1.580 que, contra su voluntad, le han 
mantenido allí. Lo han reconocido también la Comisión Interamericana de 
Derechos Humanos y, finalmente, la embajadora estadounidense ante la ONU 
Samantha Power, al incluir al abogado cubano en la campaña 
#FreeToBeHome, demandando la libertad de presos políticos en todo el mundo.
El pasado sábado vi por primera vez a Julio en casi cuatro meses. Además 
de la prisión, de régimen de mediana severidad, el recinto tiene anexos 
los campamentos, de menos rigor, y en uno de ellos está Julio. Cuenta su 
hija Karla que en el régimen de la prisión, que se le aplicó los 
primeros días de su confinamiento, "la visita es en un salón cerrado, no 
tiene ventana, lo que tiene es una rejillita alta para que circule un 
poco el aire, pero es todo cerrado. Hay muchas mesas, bulla y solo 
permiten que tres personas visiten a cada preso".
En el campamento el régimen es diferente, el interno recibe a sus 
familiares y amigos a cielo abierto, en un enorme descampado cubierto de 
árboles altos, y delimitado por un enorme muro protegido con 
contrafuertes y atalayas a medio construir en una de las cuales vi a un 
militar casi imberbe con el cañón visible de su fusil.
Antes de llegar allí debí entrar por una puerta pequeña hacia un recinto 
poco iluminado en el que se espera que un oficial convoque a los 
familiares del interno leyendo su nombre. Las paredes de la edificación, 
de grandes piezas horizontales superpuestas con los empalmes visibles, 
me hicieron evocar un sinnúmero de sitios de mi historia personal. Las 
de las escuelas al campo, las unidades del ejército, los dormitorios de 
los campismos populares a los que íbamos de vacaciones los veranos, las 
viviendas de bajo costo, los policlínicos rurales. Además de estas 
paredes, conozco estas ventanas de funcionamiento deficiente, el piso de 
cemento pulido, el techo de tejas, la iluminación mediocre y el mural; 
pasillos indistintos que delimitan el recorrido del hombre nuevo desde 
el jardín infantil hasta las celdas de castigo.
El llamado de Julio me permite distinguirlo entre el grupo de internos y 
sus familiares. Luego me describe detalles que desconozco desde que el 
pasado 23 de septiembre paramilitares y funcionarios oficiales asaltaron 
la sede del Centro de Capacitación Legal Cubalex, en el barrio habanero 
de El Calvario. Me comenta que la fiscal que tomaba las declaraciones de 
los miembros de Cubalex le había permitido irse pero él había 
permanecido para apoyar al resto de los presentes con su conocimiento y, 
en un momento del diálogo con ella, Julio pasó a denunciar las 
ilegalidades presentes en su internamiento anterior y en la nueva causa 
que contra él se preparaba. Fue entonces que un oficial que escuchaba, 
luego de hablar por teléfono, indicó que le arrestaran y lo condujeran a 
una estación de policía, no sin antes dar un papel a los patrulleros en 
que especificaba que era un caso de la Contrainteligencia.
Sigue siendo difícil para un público ajeno comprender que el 
calificativo de Contrainteligencia es el nombre rimbombante con que se 
presentan los paramilitares que impiden el trabajo de la sociedad civil. 
La pretensión del castrismo ha sido siempre que los que se le oponen 
están locos o son delincuentes o agentes al servicio de algún servicio 
de inteligencia extranjero, fundamentalmente estadounidense. De ahí los 
hospitales psiquiátricos, el electroshock y las cárceles. De ahí también 
el sobrenombre de Contrainteligencia con que encubren la movilización 
temprana de jóvenes incultos y su entrenamiento militar, su disciplina 
en valores aviesos y la completa impunidad para sus excesos.
Nuestra comunicación durante la visita fue interrumpida constantemente 
por internos que solicitaban información a Julio; otro se acercó para 
presentarle a su mamá. No solo los internos, también las autoridades de 
la prisión le reclaman para que ayude con los expedientes de los presos 
que llegan al lugar.
"Las autoridades de aquí han reconocido que el tribunal falseó los 
documentos",  me comenta Julio. "Mi sanción dice que yo he estado 
detenido todo este tiempo sin reconocer mi salida de septiembre de 2015, 
luego de extinguir la condena por la que ahora me acusan de nuevo. Pero 
yo tengo en mi poder el documento que acredita la extinción de mi 
condena en aquella fecha, en la prisión de Valle Grande, y no aparece 
ninguna otra entrada a prisión hasta noviembre de 2016 que me trajeron 
para aquí, para la 1.580. Eso es lo que deja expuesto el fraude de 
tribunal".
Como Julio, muchos activistas de la sociedad civil y políticos cubanos 
han sido condenados a prisión de manera ilegal y por contubernios 
nefastos entre instituciones oficiales y órganos paramilitares. Por 
estos días el artista El Sexto permanece encerrado sin causa ninguna por 
más de dos meses, al igual que Eduardo Cardet, coordinador nacional del 
Movimiento Cristiano Liberación (MCL), que fundara Oswaldo Payá.
Mario Alberto Hernández Leyva es otro de esos casos. Vicepresidente del 
Movimiento Opositores por una Nueva República y Movimiento Democracia, 
además de coordinador del Frente Nacional de Resistencia y Desobediencia 
Civil Orlando Zapata Tamayo, desde el 1 de noviembre de 2015 permanece 
en prisión bajo los cargos de atentado y desacato. Antes, el 8 de enero 
de 2015, había salido en libertad por ser miembro del grupo de los 53 
presos políticos liberados a petición del Gobierno de EEUU como parte de 
las negociaciones para el restablecimiento de las relaciones diplomáticas.
El último internamiento de Hernández Leiva comenzó en la prisión de 
Valle Grande, y de allí lo pasaron al Combinado del Este, ambas en la 
Habana, la provincia en que reside y donde están sus compañeros de 
organización. Luego lo pasaron para la prisión El Pre, en Santa Clara, 
donde los abusos físicos lo dejaron con dificultades para su movilidad 
de las que apenas se está reponiendo luego de ocho meses, ahora en una 
nueva prisión, en Holguín.
Cada vez más distante de sus familiares y amigos, el distanciamiento del 
preso Mario Alberto Leyva Hernández de su zona de residencia es otro 
recurso de las autoridades castristas para quebrar su voluntad y fuerza.
Si de manera general la prisión es cuestionable como método de 
contención del crimen y por los dudosos valores humanos que se movilizan 
para hacerla posible, el internamiento por motivos ajenos al crimen está 
encaminado a causar los mayores daños físicos, emocionales y 
espirituales; elementos que caracterizan algo más terrible que el 
concepto de prisión: la tortura.
Source: Visitando en la cárcel a Julio Ferrer Tamayo | Diario de Cuba - 
http://www.diariodecuba.com/derechos-humanos/1484760430_28233.html
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