Lunes, Enero 2, 2012 | Por Julio Cesar Álvarez
LA HABANA, Cuba, enero, www.cubanet.org – La amistad con el director de
la Cruz Roja Provincial de La Habana, casi lleva a Roberto Moroto de
regreso a la cárcel.
Cuando Roberto salió en libertad condicional, en el año 2010, consiguió
un puesto de operario de mantenimiento en la Dirección Provincial de
la Cruz Roja, de La Habana. Trabajaba horas extras voluntariamente,
mantenía funcionando el deteriorado sistema eléctrico y de plomería, y
jamás contradecía a su jefe. Así se convirtió en la mano derecha de
Oscar Pando, director de la entidad. Éste, en pago a sus servicios, le
permitió que convirtiera el centro de trabajo en su casa por el tiempo
que lo necesitara.
Tal vez por ello, el día que lo detuvieron, Roberto no podía creerle al
oficial de guardia de la estación de policía, quien le informó que su
jefe lo acusaba del robo de la batería eléctrica de una ambulancia.
Cuenta Roberto que a los veinte días de estar en un calabozo maloliente,
repitiendo a diario que no era culpable, lo mandó a buscar el instructor
policial y le comunicó que podía irse, pero con la condición de no
abandonar la ciudad y con el compromiso de firmar un acta todas las
semanas, hasta el día del juicio.
Sin casa y sin trabajo, durmió en los parques. Incluso trató de entrar
furtivamente a su antiguo dormitorio, pero tropezó con un cubo vacío y
el sereno dio la alarma.
Por suerte, a la semana de vagar sin rumbo, se encontró en la calle a la
jefa del departamento económico y ex amante del director, quien lo llevó
a su casa y le dijo que no se preocupara, que ella lo iba a ayudar a
ganar la pelea contra "ese déspota y mal parido". Ella lo introdujo en
los laberintos legales del derecho laboral. Con
ella aprendió que podía apelar la resolución presentada por el jefe para
expulsarlo de su empleo. Entonces procedió en consecuencia.
Mientras tanto, los trabajadores ya habían hecho apuestas sobre quien
ganaría la porfía. Éstas favorecían al director 33 a 0. Nadie creyó que
un ex convicto por robo pudiera ganarle en un juicio a un director
provincial, militante del partido comunista y ahijado del director nacional.
Pero como dicen que Dios es quien dispone, el bien dispuesto para
Roberto vino desde donde menos lo esperaba: lo citaron para la estación
de policía y le informaron que el fiscal había retirado la acusación por
falta de pruebas.
Con la batalla vencida en cuanto a la acusación penal, ahora sólo le
quedaba librar una escaramuza en el Tribunal Laboral del Centro de Trabajo.
El día del juicio, Roberto se condujo como un abogado de película de
Hollywood. Convenció a los jueces de que no era posible que un fiscal lo
absolviera del delito por falta de pruebas, y, por otro lado, un
tribunal laboral le diera la razón al director.
La victoria fue arrolladora. Los tres jueces votaron a su favor, entre
ellos la ex amante del director, quien le hizo una seña cómplice antes
de abandonar la sala. El director no sólo tuvo que restituirlo en su
puesto, sino también pagarle los dos meses que le debía.
Lo que aún constituye un misterio es el por qué el director se quiso
deshacer de su mano derecha. La denuncia sorprendió a todos. Los
trabajadores estaban divididos en dos bandos: unos decían que era por
problemas de dinero; otros, que eran problemas de faldas. Pero cuando le
preguntan a Roberto, sonríe y dice que no sabe.
Ahora vive alquilado en un cuartucho de mala muerte. Llega todos los
días puntualmente a su trabajo. No quiere problemas. Dice que está bajo
la mirilla telescópica del director. Y sabe que a la primera bola mala,
lo despiden de un batazo.
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